La prohibición de vender alcohol demuestra que en la Junta también andan a muchos kilómetros de la realidad más cercana.
Decía uno de mis maestros periodísticos de juventud, que la política y la realidad son líneas paralelas. Avanzan juntas, sin tocarse, hasta el infinito. Era una exageración, cierto, aunque la realidad es que a veces aparecen decisiones en los boletines oficiales que cuesta entender si no existe un acolchado especial en los despachos oficiales que impida ver lo que pasa en la calle. Sucede específicamente cuando lo que se regulan son los usos y costumbres, particularmente lo que uno hace en su casa. Territorio soberano, supuestamente, donde han de cumplirse tanto la ley como las buenas costumbres. Pero donde cada uno es tan libre como responsable de actuar como le parezca oportuno.
La Junta anunció esta semana, como medida de contención del Covid, que no se podría adquirir alcohol a partir de las seis de la tarde en los comercios abiertos al público. La teoría del asunto, si no lo he entendido mal, es que la venta de bebidas a partir de esa ahora, en la que cierran los bares, implica facilitar el desarrollo de botellones, que están prohibidos en todos los casos, o fiestas privadas en viviendas, que (si no me he perdido con tanto cambio) están autorizadas hasta un número de cuatro personas con el consejo expreso de las autoridades de limitar todo lo posible el contacto de personas de núcleos familiares distintos.
Cuando se quiera conocer quién ha inspirado unas medidas de estas características hay que ver las reacciones posteriores. Las entidades de defensa de la hostelería dijeron lo siguiente: «Ya que nos obligan a cerrar los negocios, que haya responsabilidad pasada esa hora y que no siga habiendo desmadres». La vieja teoría de que o el sexo es compartido o la meretriz acaba bañándose en el cauce.
«¿Cómo habrá sido el criterio de los expertos para decidir que cerveza sí pero ron no? ¿Hicieron catas al menos?»
Lo que ocurrió entre el anuncio de la Junta y la aparición en el BOJA de la disposición les sorprenderá. Las principales empresas propietarios de supermercados plantearon su rotunda oposición a la medida sobre un hecho bastante factible. Todo el que no puede comprar alcohol a partir de las seis de la tarde se pasará por su establecimiento más cercano entre las 17.30 y la hora de ley seca. Es por ello que, si la idea es evitar la concentración de público, la decisión adoptada solo se le ocurre al que asó la manteca.
Salomónicamente (aunque la Junta siempre dice que se rige por lo que dicen los expertos), se optó por prohibir la venta de alcohol por encima de 21 grados (¿habrán hecho catas para decidirlo?). El BOJA sostiene que las bebidas espirituosas «no son artículos de primera necesidad». En realidad, la cerveza, el vino o determinados licores tampoco. La cuestión es que el Gobierno andaluz ya se había metido en un embolado estupendo entre grupos de presión y había que salir contentando a todos un poco.
La verdad verdadera es que la medida es una farfolla. La adquisición de alcohol por personas mayores de edad no implica, en ningún caso, la comisión de una infracción administrativa. Sería el caso de prohibir la compra de automóviles para evitar que haya personas que se pongan bebidos al volante. La verdad verdadera, también, es que quien quiera o necesite adquirir alcohol lo va a hacer llegando, simplemente, diez minutos antes a su tienda de confianza. La única verdad es que constituye una competencia policial sancionar los botellones. Que determinadas restricciones sobre el uso de viviendas particulares son de muy difícil control si no hay tumulto. Y que el virus no sabe si son las 17.55 o las 18.05. Contagia igual.
Todo lo demás es gastar papel de BOJA, poner loca a la gente y acabar haciendo el ridículo en esa galaxia tan lejana, paralela a la realidad, en la que viven algunos políticos.
Fuente: Sevilla.abc.es